“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible’. María contestó: ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Y la dejó el ángel” (Lc. 1, 35 - 38).
La Solemnidad de la Anunciación se celebra nueve meses antes de la Navidad. Si se analiza la historia, María “no la tuvo fácil”. Ella estaba comprometida con José y ciertamente esta decisión de concebir al Hijo de Dios trajo inestabilidad.
En el Evangelio se aprecia el diálogo del mensajero de Dios con la Virgen. No fue una imposición sino una propuesta a la que María pudo haber dicho no. Pero la “bendita entre las mujeres” aceptó y se produjo el milagro de Encarnación del Hijo de Dios.
Desde aquel momento María tuvo en su vientre a Jesús, no a los tres meses o cuando el embrión tenía forma humana, sino desde el momento de la concepción. He aquí una razón más por la que la Iglesia defiende al bebé desde el primer instante de su vida.