Con él lo pierdes todo. Pierdes tu dinero, pierdes tu tiempo, pierdes tu salud, pierdes tu dignidad; pierdes la paz familiar, el respeto y el cariño de tus hijos; posiblemente terminarás perdiendo tu empleo. Es decir, te expones a que tus hijos se avergüencen de ti, a que tu esposa te deje plantado; arriesgas a morir de cirrosis, a quedarte pobre por deudas y desempleo.
Querido amigo, ¿ya entendiste de qué te estoy hablando? Del triste vicio del licor, de la borrachera, del alcoholismo.
Cuando era joven estudiante circulaba un libro de un autor salvadoreño: “El dinero maldito”. Años más tarde mi buen compañero el P. Hugo Estrada escribió otro libro: “Veneno tropical”. Ambos se referían al mismo problema: el alcoholismo. Durante trece años, escuchando confesiones, ya no oía hablar de ese triste hábito; y creí que el progreso y la mayor cultura de nuestro pueblo habían derrotado definitivamente el vicio.
Pero más tarde, cambiando de ambiente, tuve que desengañarme. Todavía existe el hábito del licor. Problema personal, problema familiar, problema social.
Los jóvenes ven el problema, ven las tristes consecuencias a las que lleva el vicio; y sin embargo caen en la misma trampa: creen que a ellos no les afectará, creen que ellos fácilmente lo vencerán. Se engañan; pronto se sentirán adictos, esclavos; no podrán salir, no podrán remontar la cuesta por la que han ido deslizando. Les pregunto: ¿por qué lo haces?, ¿qué beneficios te trae?
Y reconocen: ¡nada! ¿Y entonces por qué lo haces?, ¿por qué te haces daño a ti mismo?, ¿por qué sometes la nobleza de tu espíritu a un poco de química?, ¿quién va a quererte así?
Propiamente no es el licor el malo, sino tu falta de control. Lo dice Jesús: “No es lo que entra en el hombre lo que lo contamina, sino lo que sale del corazón de hombre, eso lo contamina”: tu intemperancia, tu desenfreno y descontrol (Mc 7, 18-23).
San Pablo en la Carta a los Gálatas hace una lista de quince acciones “que proceden de los bajos instintos”, entre ellas las borracheras; y termina diciendo: “Les prevengo que quienes hacen esas cosas no heredarán el reino de Dios” (Gal 5, 21). Poco antes el apóstol había escrito: “Para ser libres nos ha liberado Cristo; mantéganse, pues, firmes y no se dejen atrapar de nuevo en el yugo de la esclavitud” (Gal 5,1).
¡Ánimo, pues! Aléjate de lugares, fiestas, falsos amigos que pueden llevarte a tu ruina. Conserva tu dignidad de cristiano. “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5,14).